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Revista Humanismo y Cambio Social. Número 9. Año 4. Enero - Junio 2017
Primer simposio nacional de geógrafos
Lisseth Blandón e Ingrid Úbeda
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A LA JUVENTUD ARGENTINA DE CÓRDOBA A LOS
HOMBRES LIBRES DE SUDAMÉRICA
(Manifiesto del 21 de junio de 1918.)
Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos
ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por
el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y
una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las
resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una
hora americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era
necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han
sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de
los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar
hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el reejo de estas sociedades
decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que
la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio
burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y
hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas natu-
rales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es
el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria
Nuestro régimen universitario —aún el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre una especie
de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en
él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar
contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático
y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principal-
mente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un
maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas
a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando,
sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y
por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar
la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en
todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de
gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben
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ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados
resortes de la autoridad que emana de la fuerza no
se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el
concepto moderno de las universidades. El chas-
quido del látigo sólo puede rubricar el silencio de
los inconscientes o de los cobardes. La única acti-
tud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia
es la del que escucha una verdad o la del que ex-
perimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organis-
mo universitario el arcaico y bárbaro concepto de
autoridad que en estas casas de estudio es un ba-
luarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger
criminalmente la falsa dignidad y la falsa compe-
tencia. Ahora advertimos que la reciente reforma,
sinceramente liberal, aportada a la Universidad
de Córdoba por el doctor José Nicolás Matien-
zo, sólo ha venido a probar que el mal era más
aigente de lo que imaginábamos y que los anti-
guos privilegios disimulaban un estado de avanza-
da descomposición. La reforma Matienzo no ha
inaugurado una democracia universitaria; ha san-
cionado el predominio de una casta de profesores.
Los intereses creados en torno de los mediocres
han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se
nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un
orden que no discutimos, pero que nada tiene que
hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del
orden se nos quiere seguir burlando y embrute-
ciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado
a la insurrección. Entonces la única puerta que
nos queda abierta a la esperanza es el destino he-
roico de la juventud. El sacricio es nuestro mejor
estímulo; la redención espiritual de las juventudes
americanas nuestra única recompensa, pues sa-
bemos que nuestras verdades lo son —y doloro-
sas— de todo el continente. ¿Que en nuestro país
una ley —se dice—, la ley de Avellaneda, se opo-
ne a nuestros anhelos? Pues a reformar la ley, que
nuestra salud moral lo está exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo.
Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo
aún de contaminarse. No se equivoca nunca en
la elección de sus propios maestros. Ante los jó-
venes no se hace mérito adulando o comprando.
Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maes-
tros y directores, seguros de que el acierto ha de
coronar sus determinaciones. En adelante, sólo
podrán ser maestros en la república universitaria
los verdaderos constructores de almas, los crea-
dores de verdad, de belleza y de bien.
La juventud universitaria de Córdoba cree que ha
llegado la hora de plantear este grave problema a
la consideración del país y de sus hombres repre-
sentativos. Los sucesos acaecidos recientemente
en la Universidad de Córdoba, con motivo de la
elección rectoral, aclaran singularmente nuestra
razón en la manera de apreciar el conicto uni-
versitario. La federación universitaria de Córdoba
cree que debe hacer conocer al país y a América
las circunstancias de orden moral y jurídico que
invalidan el acto electoral vericado el 15 de junio.
Al confesar los ideales y principios que mueven a
la juventud en esta hora única de su vida, quiere
referir los aspectos locales del conicto y levan-
tar bien alta la llama que está quemando el viejo
reducto de la opresión clerical. En la Universidad
Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han
presenciado desórdenes; se ha contemplado y se
contempla el nacimiento de una verdadera revolu-
ción que ha de agrupar bien pronto bajo su ban-
dera a todos los hombres libres del continente.
Referiremos los sucesos para que se vea cuánta
razón nos asistía y cuánta vergüenza nos sacó a la
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cara la cobardía y la perdia de los reaccionarios.
Los actos de violencia, de los cuales nos respon-
sabilizamos íntegramente, se cumplían como en
el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que re-
presentaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos
para poder levantar siquiera el corazón sobre esas
ruinas. Aquellos representan también la medida
de nuestra indignación en presencia de la miseria
moral, de la simulación y del engaño artero que
pretendía ltrarse con las apariencias de la lega-
lidad. El sentido moral estaba obscurecido en las
clases dirigentes por un fariseísmo tradicional y
por una pavorosa indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la asamblea universita-
ria era repugnante. Grupos de amorales deseosos
de captarse la buena voluntad del futuro rector
exploraban los contornos en el primer escrutinio,
para inclinarse luego al bando que parecía asegurar
el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente
empeñada, el compromiso de honor contraído
por los intereses de la universidad. Otros —los
más— en nombre del sentimiento religioso y bajo
la advocación de la Compañía de Jesús, exhorta-
ban a la traición y al pronunciamiento subalterno.
(¡Curiosa religión que enseña a menospreciar el
honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para
vencidos o para esclavos!). Se había obtenido una
reforma liberal mediante el sacricio heroico de
una juventud. Se creía haber conquistado una ga-
rantía y de la garantía se apoderaban los únicos
enemigos de la reforma. En la sombra los jesui-
tas habían preparado el triunfo de una profunda
inmoralidad. Consentirla habría comportado otra
traición. A la burla respondimos con la revolu-
ción. La mayoría expresaba la suma de la repre-
sión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos
la única lección que cumplía y espantamos para
siempre la amenaza del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también.
Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica,
empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes
de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irre-
vocable y completo, nos apoderamos del salón
de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces
amedrentada, a la vera de los claustros. Que esto
es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a con-
tinuación, sesionado en el propio salón de actos
la federación universitaria y de haber rmado mil
estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la de-
claración de huelga indenida.
En efecto, los estatutos reformados disponen que
la elección de rector terminará en una sola sesión,
proclamándose inmediatamente el resultado, pre-
via lectura de cada una de las boletas y aprobación
del acta respectiva. Armamos, sin temor de ser
recticados, que las boletas no fueron leídas, que
el acta no fue aprobada, que el rector no fue pro-
clamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún
no existe rector de esta universidad.
La juventud universitaria de Córdoba arma que
jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se
levantó contra un régimen administrativo, contra
un método docente, contra un concepto de auto-
ridad. Las funciones públicas se ejercitaban en be-
necio de determinadas camarillas. No se refor-
maban ni planes ni reglamentos por temor de que
alguien en los cambios pudiera perder su empleo.
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La consigna de «hoy para ti, mañana para mí», cor-
ría de boca en boca y asumía la preeminencia de
estatuto universitario. Los métodos docentes esta-
ban viciados de un estrecho dogmatismo, contri-
buyendo a mantener a la universidad apartada de
la ciencia y de las disciplinas modernas. Las elec-
ciones, encerradas en la repetición interminable
de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y
de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos
guardianes de los dogmas, trataban de mantener
en clausura a la juventud, creyendo que la conspi-
ración del silencio puede ser ejercitada en contra
de la ciencia. Fue entonces cuando la oscura uni-
versidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a
Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que
fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos
entonces una santa revolución y el régimen cayó a
nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro esfuerzo
había creado algo nuevo, que por lo menos la
elevación de nuestros ideales merecía algún
respeto. Asombrados, contemplamos entonces
cómo se coaligaban para arrebatar nuestra con-
quista los más crudos reaccionarios. No podem-
os dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una
secta religiosa, ni al juego de intereses egoístas.
A ellos se nos quiere sacricar. El que se titula
rector de la Universidad de San Carlos ha dicho
su primera palabra: «Preero antes de renunciar
que quede el tendal de cadáveres de los estudi-
antes». Palabras llenas de piedad y de amor, de
respeto reverencioso a la disciplina; palabras di-
gnas del jefe de una casa de altos estudios. No
invoca ideales ni propósitos de acción cultural.
Se siente custodiado por la fuerza y se alza so-
berbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que
acaba de dar a la juventud el primer ciudada-
no de una democracia universitaria! Recojamos
la lección, compañeros de toda América; acaso
tenga el sentido de un presagio glorioso, la vir-
tud de un llamamiento a la lucha suprema por la
libertad; ella nos muestra el verdadero carácter
de la autoridad universitaria, tiránica y obceca-
da, que ve en cada petición un agravio y en cada
pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconoz-
ca el derecho a exteriorizar ese pensamiento
propio en los cuerpos universitarios por medio
de sus representantes. Está cansada de soportar
a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una
revolución en las conciencias, no puede descon-
océrsele la capacidad de intervenir en el gobier-
no de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por in-
termedio de su federación, saluda a los com-
pañeros de América toda y les incita a colaborar
en la obra de libertad que inicia.
Firmado: Enrique F. Barros, Ismael C. Bord-
abehére, Horacio Valdés,presidentes. - Gum-
ersindo Sayago. -Alfredo Castellanos. - Luis M.
Méndez. - Jorge L. Bazante. - Ceferino Garzón
Maceda. - Julio Molina. - Carlos Suárez Pinto.
- Emilio R. Biagosch. - Angel J. Nigro. - Natalio
J. Saibene. - Antonio Medina Allende. - Ernesto
Garzón.