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Revista Humanismo y Cambio Social. Número 9. Año 4. Enero - Junio 2017
Deshumanización del trabajo y necesidad colectiva: consideraciones acerca del trabajo informal
Norling Solís Narváez
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Por otro lado, cargan la imagen de potenciales de-
lincuentes o pandillero, con razón o no, pero ellos
no se arredran, deenden su mundo y su forma
de ganarse la vida. Aunque hay sus excepciones,
vendedores que aspiran y luchan por migrar de
ese ambiente del Mercado.
Durante el trayecto que hice hasta la zona 1, inte-
ractué con los vendedores de los tramos, quienes
me halagaban tomándome del brazo para que me
detuviera y entrara a ver los productos que ofer-
tan. Ellos hacen todo lo posible para que no re-
pares a ver otros tramos, ni otras ofertas. Siempre
me he preguntado, si el performance que hacen
para seducir al potencial comprador, es intuitivo,
ensayado o discutido previamente con el propie-
tario del tramo.
Después de caminar por cierto tiempo, cruzando
tramos, llegué a la ocina del Vice gerente de la
zona 1. Para mi infortunio, no encontré al funcio-
nario edilicio. Durante ese momento de espera,
di unas vueltas, sin percatarme en la misma zona.
Un comerciante me hizo ver mi error, al interpe-
larme de una manera enfática, “si era un ladrón”.
Ante mi desconcierto, volvió a preguntar, esta vez
de manera concreta: “que andaba buscando, por-
que miraba raro que diera tantas vueltas cerca de
su tramo”. Me repuse de mi sorpresa, explicándo-
le mi propósito. Hizo una cara de comprensión,
para luego orientarme el camino de la ocina del
Vice gerente de la zona 2, hacia donde pensaba ir,
luego del viaje fallido a la zona 1.
La Vice gerente de la zona 2, era una dama, y me
fue difícil encontrar su ocina. Las orientaciones
del comerciante fueron exactas y llegue sin pro-
blema. Sentí alivio de encontrarla y atenderme de
manera rápida. Contestó las preguntas que llega-
ba. Tuvo la gentileza de delegar al guarda de segu-
ridad para que me llevara a la zona 3, propiamente
donde estaba la sede de la Vice Gerencia. Tomó
esa decisión argumentando que era una de las zo-
nas más peligrosas del Mercado.
Durante mi recorrido, debo destacar ciertas carac-
terísticas observadas en cada una de las zonas visi-
tadas. En la zona 1 el ambiente, la disposición de
los tramos, el tipo de mercancía (electrodomésti-
cos, zapatos, telas, juguetes, entre otros), y la aglo-
meración de vendedores, disputándose al cliente
que pasa en los callejones, como en un hervidero,
generé agitación y agilice el paso de la gente en su
recorrido. En la zona 2 donde se expenden carnes
y especias, los olores son diversos y la forma de
ofertar los productos está revestida por un aire
casero, familiar. No es la actividad agitada y casi
atropellada de la zona 1, sino de cierta tensa tran-
quilidad, producto de la particularidad de la dis-
posición del producto, en ganchos o pinzas, y el
uso de herramientas corto punzante. En la zona
3 el ambiente cambia de manera sustancial con
respecto a las dos zonas anteriores, el ambiente se
enrarece producto de una combinación de olores
de verduras o frutas remaduras, o descompues-
tas con tramos de mariscos, que colindan con la
zona 2. Se siente cierto tono lúgubre, pero relaja-
do, subvertido en gran medida por hombres, ves-
tidos hasta la cintura, sin camisas o con camisolas
y chanclas o chinelas.
Mientras caminaba hacia la zona tres, pasó por mi
lado una muchacha de unos 25 años (calculo, se-
gún sus facciones físicas), ella llevaba un carretón
un poco pequeño, vendía gaseosa y agua helada.
El carretoncito compuesto por dos cajones en la
parte del extremo alejado de ella, se ubica la pri-
mera caja donde lleva estos productos, en la otra