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Analéctica del lamento. La sensibilidad como germen de praxis
Revista Humanismo y Cambio Social. Número 10. Año 4. Julio-Diciembre 2017 Pág 40-49
No se hallan in situ demasiadas explicaciones, quizá ni siquiera hagan falta, la imaginación
comienza a hacer una labor constructiva en la que busca dar cuenta, mediante la contextualización,
de la razón de ser de tal objeto. Es tan imponente el elemento en cuestión resaltado por una
iluminación caliente, dispuesto para ser contemplado y resultante del contraste con el salón
negro y la oscuridad envolvente, que los demás objetos alrededor resultan menos notorios. A
cuántas personas se les habrían extraído los más abrumadores alaridos mediante la tortura de
descargas eléctricas que tendrían lugar en el mentado mueble. Un terrible procedimiento para
borrar la memoria social y ética de quienes deslaron por la frialdad de las barras metálicas que
la componen. Con cuánto dolor se pagan los sueños de un mundo mejor y más justo.
Situarse frente a ese artefacto de tortura e imaginar ser uno mismo quien se adhiere a las
funciones para las que fue creado, casi escuchar los gritos de dolor que de ahí surgieron e
imaginar el abismo oscuro de la injusticia y la desesperanza que produjo por mucho tiempo, es
la consecuencia empática de quien logra entender el signicado de la razón dominante y sus
técnicas de permanencia. Generador de intriga, de no saber ni cómo ni cuándo acabará, si ese
mismo será su recorrido nal. El miedo muestra su rostro más franco porque domina todo el
panorama, se encuentra pleno en su elemento envolvente del espíritu.
Mientras, ¿qué ocurría con el operador de instrumento de tortura? Es aterrador pensar que para
que tal evento sucediera, sería preciso que una mano humana activara una palanca. Es simple,
solo se necesita una mano y la voluntad anestesiada para producir dolor en otro ser humano.
¿Quién es peor: el que no ha generado ningún tipo de reconocimiento en el sufrimiento de la
víctima o el que se encuentra afectado por el dolor de esta víctima y sigue con el procedimiento
inhumano? No se trata de cuanticar la violencia de los ejecutores —quienes a su vez tienen el
temor de las consecuencias que conllevaría desobedecer órdenes y otras cuestiones de orden
más complejo— sino de preguntarse por el lugar de la sensibilidad en aquellas condiciones
límite del género humano. Es probable que la conversión de humano a máquina autista radique
en la evaporación de la dimensión estética.
La salida de la sala de tortura del museo es una travesía sensible y dolorosa que inunda la
cabeza de cuestionamientos y deja la piel bajo una sensación de frío, como si el propio cuerpo
hubiese experimentado lo mismo que alguno de los que transitaron por aquella fría y desoladora
plancha; los ánimos quedan también en negro como la sala misma que se ha abandonado. Salir
a toda prisa no consigue que uno pueda escapar a la sensación de horror, asco y tristeza que se
ha generado, al contrario, se sigue reproduciendo en la consciencia por un buen tiempo.
Es inevitable la cavilación profunda respecto de los demás. ¿Será que las otras personas que
han salido de esa misma sala se encuentran igualmente afectados? Tremenda pregunta para la
estética que a su vez debe incluir a los torturadores. Sin duda la función de aquel mueble expuesto
es la generación de una conciencia ante los atroces hechos históricos, es claro también que no
experimentamos exactamente los mismos sentimientos, aunque sí de manera similar. Pero sigue
la complicación relativa a aquellos que pueden lastimar a los demás sin miramientos; sin dudas,
ellos no experimentaron la misma sensación nauseabunda, ya que esto no les permitiría seguir
adelante. Una cosa es clara: no lograron ser interpelados por el lamento de las víctimas, esos
gritos quedaron vibrando atrapados en el tiempo y recorriendo las barras metálicas del artefacto.
El estatus sensible de los ejecutores se cuestiona a partir de su composición como corporalidad,
como un cuerpo similar al del torturado o asesinado, y más aún, como sujeto que tiene lazos
profundos con otras personas, sobre todo familiares. ¿Cómo es posible entonces lastimar a
seres similares a sí mismos o a sus seres amados? ¿Cuál ha sido el componente que los ha des-
sensibilizado ante su propia naturaleza y los ha vuelto sordos ante el lamento del otro? Estas
preguntas son las más comunes cuando se es testigo de la opresión del pueblo por una fracción
del pueblo mismo —pero vestido de militar—, cuando su razón de ser es que se milite con las
necesidades de la colectividad.