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artículos
Lic. Adrián Rocha
Revista Humanismo y Cambio Social. Número 12. Año 5. Julio-Diciembre 2018. ISSN.2309-6713
Pág 80- 91
tiempo se abonan algunas de las tesis de Portantiero y Murmis, se advertirá que el “irracionalismo”
obrero no sería una variable explicativa demasiado el a los hechos, y que, por el contrario, se
trató de un accionar racional debido a una experiencia previa desfavorable; debido a eso, la
intervención social del Estado asoció en el caso argentino a los obreros (viejos y nuevos), y, en el
caso brasileño, aglutinó directamente a los trabajadores bajo el liderazgo de Vargas.
Con sus matices, ambos fenómenos se comprenden mediante dos variables dependientes (una
de otra), la política: democratización de un sistema
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(se haya efectuado intencionadamente o no
por parte de los líderes), y la social: la necesidad por parte de esos sectores de apoyar la única
vía que se les presentaba para canalizar sus demandas e intereses (aquí ingresa la cuestión de la
manipulación, que Weffort no deja de mencionar en el caso brasileño, y que en el peronismo se
explica también por los mecanismos de control y sujeción para con el sindicalismo).
Como se ha dicho, en los dos casos la relación con el movimiento obrero es disímil. No obstante,
las intenciones de los líderes fueron, en efecto, cuasi idénticas: de un lado, Vargas procuró
crear una estructura sindical que dependiera del Estado (es decir, de él, ya que los límites
entre su administración y el Estado como institución se desdibujaban); de otro, Perón buscó
la interpenetración en el movimiento obrero presionando dirigentes sindicales y amedrentando
a quienes se oponían a incorporarse denitivamente al movimiento, ya que eso habría
signicado, para tales dirigentes, perder su relativa autonomía, como ocurrió con Cipriano Reyes
fundamentalmente.
En ambos casos es posible advertir la concepción populista que al comienzo de este trabajo se ha
establecido como marco teórico: el movimientismo como práctica política basada en la pretensión
de crear una estructura que aglutinase diversos actores sociales que incluso por razones de
coyuntura podrían resultar aliados (como había ocurrido con el mismo Reyes), pero que, no
obstante eso, debían, según la visión populista de los líderes, prescindir de su vocación autónoma
para incorporarse definitiva y subordinadamente a algo más vasto que, en el caso del sindicalismo
y de algunos dirigentes políticos, consistía en renunciar a sus liaciones previas para pasar a
formar parte del movimiento. Vargas crearía, antes de dejar la presidencia en 1945, dos partidos
que serían herederos de su legado (el PSD y el PTB), en sintonía con la vocación movimientista,
pues ambas partes responderían a la cosmovisión establecida por él, principalmente a partir de la
creación del “Estado Novo”, en 1937.
Tanto en el peronismo como en el varguismo, la “alianza de clase”
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no se redujo al movimiento
obrero, aunque éste iría ocupando, según el proceso de cada país avanzara en una dirección u otra
(ya que, dependiendo de las etapas, por ejemplo en el peronimo, se ampliaron las conquistas del
sector obrero, pero también se delinearon a medidas más represivas, sobre todo en su segundo
mandato)
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, mayor participación en la presión sobre el Estado como árbitro. Torcuato Di Tella indica
que uno de los aspectos que diferencia a los partidos populistas peronistas de los socialistas
obreros es que “poseen signicativos –aunque minoritarios– anclajes en sectores de las clases
altas, a menudo entre industriales y militares” (Di Tella, 1999, p.295), ubicando a su vez a los
dos partidos creados por Vargas dentro de la tipicación de “policlasistas”. Aquí es necesario
señalar que acaso las diferencias estrictas entre un partido policlasista y un partido populista no
se expliquen precisamente por el elemento de clase sino por el modo en que practican la política;
por ello, un partido policlasista puede ser también populista, como aquí se considera al varguismo
y sus estribaciones: el PSD y el PTB.
2. En este caso, debería definirse “democratización”. Aquí se adhiere a la perspectiva de Alain Touraine, que considera al proceso como una democratización por vía autoritaria. Este
punto será retomado más adelante.
3. El populismo sería la consecuencia política de una alianza en la que ninguna de las clases tiene la potencia suficiente como para desbancar a la oligarquía y llevar adelante un
proyecto hegemónico propio, según señalan Mackinnon y Petrone, en el texto ya citado, haciendo referencia a las tesis de Portantiero, Murmis, Torre y Weffort. Portantiero ha definido
también este fenómeno como de “empate hegemónico” (1977).
4. Sobre los distintos tipos de intensidad en las relaciones de Perón con diferentes sectores, incluido el obrero, es interesante atender a la distinción temporal del peronismo
establecida por Peter Waldmann (1986), en cuatro fases: la primera, desde 1943 hasta 1945; la segunda, desde 1946 hasta 1949; la tercera, desde 1950 hasta 1952; y la última,
desde 1953 hasta 1955.