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Rescate de la memoria histórica urbana: el cementerio San Pedro de...
Revista Humanismo y Cambio Social. Número 13. Año 6. Enero-Junio 2019.
Pág 58-70
Este trabajo se desarrolla en orden cronológico tomando en cuenta, a grandes rasgos,
los aspectos más destacados en grandes períodos de tiempo con los cuales podemos
identicar la evolución del sitio patrimonial conocido como Cementerio San Pedro.
Cabe mencionar que no es posible hablar del parque museo de sitio San Pedro, sin
referirse a uno de sus más apasionados protectores y promotores, el historiador Roberto
Sánchez Ramírez (q.e.p.d.), quien desde su cargo como Director, en la Dirección de
Patrimonio Histórico de la Alcaldía de Managua, realizó entre los años 2003 y 2004, las
gestiones necesarias para rescatar este sitio histórico y que fuese nalmente declarado
Patrimonio Histórico de la Nación y su obra de investigación, publicada en el año 2004
e intitulado: “Cementerio San Pedro. La resurrección del recuerdo” (Sánchez Ramírez,
2004), es un referente obligatorio para conocer este interesante y apacible lugar intersticial.
Asimismo, se realizó una visita de campo para vericar información y encontrar elementos
de valoración cultural tanto del sitio, como de su entorno y tumbas que alberga.
El Cementerio San Pedro en la naciente ciudad de Managua
Para entender la existencia de este sitio histórico, se debe hacer una evocación necesaria
de la situación social y política que vivía Managua a mediados del siglo XIX. Se eleva a la
categoría de ciudad el 24 de julio de 1846 y siete años después, se declara como capital de
la República (5 de febrero de 1852), es nota común en todos los viajeros del siglo XIX que
escribieron su estadía en la nueva ciudad, que Managua “no es más que una gran aldea
que ocupa una media legua cuadrada de supercie, con cuatro o cinco iglesias y casas
desperdigadas que se pierden en los montes vecinos”. (Belly, 1858. Citado por Luciano
Cuadra en Managua vista por viajeros del siglo pasado. Revista Conservadora. S/F).
Este cambio de estatus urbano obligaba a las nuevas autoridades municipales a
reordenar la ciudad, que no dejaba de ser en su aspecto, una especie de “pueblón”,
sumado a este hecho, las epidemias de cólera que asolaron Nicaragua desde
1855 y Managua en 1867 (Sánchez Ramírez, 2004), obligaron a disponer de un
terreno para cementerio en las afueras de la ciudad, por cuestiones de salubridad.
Lo anterior ya tenía arraigo, al menos en lo legal, con las normas dictadas por la Corona
española y que se retomarían posteriormente, adaptadas a una naciente legislación
republicana, por los Estados Centroamericanos, como ejemplo, se cita la Real Cédula de
1787 que constituyó la Ley I, Título III de la Novísima Recopilación y se fundamentaba en “los
repetidos clamores en tantas provincias que se vieron despobladas por la destructora peste
originada en los cadáveres sepultados dentro de las iglesias y ciudades”. (UNAM, 1987: 314)
La idea consistía en obligar a hacer cementerios ¨fuera de las poblaciones, siempre
que no hubiese dicultad invencible, en sitios ventilados e inmediatos a las parroquias,
pero distantes de las casas de los vecinos”. Vinculado siempre al control religioso
se sugería que se aprovecharan “por capillas de los cementerios las ermitas que
existen fuera de los pueblos, como se ha comenzado a practicar” (UNAM, 1987).
Durante los gobiernos del Presidente Tomás Martínez y las administraciones de los Alcaldes
Carlos Aragón, Indalecio Bravo y Nicanor Alvarado se comienza entonces a ordenar el
cementerio. En 1865 se inicia la construcción de una ermita con el nombre de San Pedro,