Según el dictamen del médico forense, el cuerpo encontrado esa mañana entre los matorrales de un arroyo, tenía ya 72 horas de haber fallecido y estaba empezando a descomponerse. Los vecinos del lugar dieron la voz de alarma a las autoridades al percatarse, a la distancia, del revoloteo de las aves carroñeras, que ya habían comenzado a disputarse vísceras e intestinos.
Por suerte, cuando recibimos la notificación, iniciando la semana, Jack y yo ya habíamos desayunado y no tuvimos que atragantarnos, como en otras ocasiones, ante el apremio de nuestras exigencias laborales. Siempre he dicho que el trabajo de criminalista es uno de los empleos más ingratos, porque la pestilencia y la muerte es nuestro pan de cada día. Pero Jack no piensa igual que yo, él ama lo que hace. Cada vez que llama el jefe para trabajar en el terreno hasta le brillan los ojitos, más aún, cuando la notificación viene acompañada con el código "zopilote", porque ya sabe que se trata de cuerpos en estado de descomposición. Él dice que no le gustan los casos donde el cuerpo está fresco, como en un crimen recién cometido, porque es un trabajo que puede hacer con los ojos cerrados. Él se jacta que le gusta lo complejo, una situación que verdaderamente lo haga trabajar, así sea que en la escena del crimen estén solamente los puros huesos.
El inusual apego al trabajo fue más evidente después de su divorcio. Jack ha sido siempre reservado en sus asuntos personales y aunque yo soy su mejor amigo, no siempre me cuenta las historias completas, a pesar de que pueda serle yo de alguna ayuda en materia de consejos maritales. Lo último que me contó de cuando todavía vivía con su mujer, es que había descubierto una infidelidad y aunque él la había perdonado, ella más bien lo extirpó de su vida, inmisericorde y despiadadamente, al punto de sentirse excretado, como una masa amorfa cuyo norte es la cañería; y al saberse totalmente expectorado como un esputo sangriento y viscoso de fumador crónico, lanzó la última súplica para que ella no se fuera de su lado. Pero la verdadera tragedia no era esa, sino el hecho de que el que se tenía que ir de la casa era él, porque había hijos de por medio, y como la ley protege a los vástagos, el varón se ve obligado a perderlo todo, menos la idea de que el nuevo amante, el otro, podría mudarse a su casa a tomar posesión de todo lo que había construido con tanto trabajo. A manera de bromas yo le decía: "Te llevó el diablo con esa tóxica". Él, muy serio, y con el ceño fruncido me corregía: "No le digas tóxica, por favor, es radioactiva". Con el tiempo se le fue quitando la idea de su infortunio y ahora vive entregado en cuerpo y alma a su trabajo, a veces, hasta se queda a dormir en la comisaría.
Siempre, en estos casos, es necesario cubrirnos de pies a cabeza y por eso usamos el traje Tyvek, como los que se vieron por doquier durante la pandemia del Covid 19. Cuando es un crimen recién cometido, nos basta con un par de guantes de látex y el cubre boca. Ahora no, según la notificación del jefe con el código "zopilote", ya se sabe que vamos como momias. Jack se fue corriendo a ponerse su atuendo que incluye traje de bioseguridad, capucha, lentes, cubre calzados, mascarilla y guantes.
"Sos más veloz que una flecha" -le dije-, "si el muerto no se va a ir. Cálmate, nadie te lo va a quitar". Yo me vestí pausadamente. Jack me ametralló con una mirada efusiva y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. No dejó de apurarme todo el rato en que me estuve poniendo el traje y cada vez que apremiaba con sus palabras, más lento me movía, solo para molestarlo.
"Qué jodedera la tuya" –le dije yo- y le aconsejé que tuviera calma, porque acababa de desayunar y no vaya a ser que le sucediera lo del otro día, que recién comido lo mandaron a ver un asesinato. Ese día no fui yo, porque estaba asignado a otra investigación, pero me contó que cuando llegó al lugar, en la escena del crimen había un olor tan nauseabundo que lo hizo vomitar todo el desayuno que había ingerido hacía pocos momentos. Ese día le tocó registrar los datos de un hombre de alrededor de 70 años que fue hallado muerto en su casa de habitación en un residencial de gente acomodada. Ya habían transcurrido cinco días del hecho cuando un vecino notó un fuerte olor al otro lado de su casa, por lo que llamó rápidamente a las autoridades. En el lugar se encontró un bate de béisbol, de aluminio. Jack determinó in situ que esa era el arma homicida. Las huellas dactilares recolectadas allí dieron cuenta de un tal Jerome Tobal, de 23 años, supuestamente nieto de la víctima, que había ingresado hace poco al país proveniente de una de las islas del Caribe, cuyos datos biométricos quedaron registrados en el puerto aduanero de la capital. Los indicios físicos hallados por Jack en el cuerpo del anciano anunciaban un desprendimiento de la primera vértebra cervical, es decir el hueso que une el cuello con la cabeza. El atacante dio el golpe mortal sujetando el bate con un ángulo de 15 grados y la magnitud del impacto fue tal que pudo ser comparado con el swing necesario para cazar un lanzamiento de 105 millas por hora. Al menos eso fue lo que me explicó Jack con su jerga beisbolera, con la cual no estoy muy familiarizado, pero entiendo algunas cositas. En esa ocasión pasó todo el día en el laboratorio, tratando de averiguar los pormenores de aquel fatídico caso. Según la investigación que se hizo posteriormente, el asesino pretendía quedarse con unas tierras, pero lo único que logró fue meter un jonrón que lo llevó directo al home plate de la penitenciaría local, con una pena de cadena perpetua por asesinato agravado.
"Vos sos como una mujer para vestirte, y eso que solo te estás poniendo el traje especial. Seguramente en tu casa te maquillás" –dijo Jack, risueño- "No te preocupés, ya estoy listo" –le respondí-.
Cuando llegamos al lugar nos tuvimos que hacer camino entre la multitud de curiosos. Mientras unos tapaban sus vías respiratorias con pañuelos, otros, más osados, intentaban con disímiles ademanes espantar a las aves de rapiña, que ya estaban colmando los árboles de los alrededores. Todos tenemos una ligera certeza de que nuestros cuerpos serán comidos por los gusanos, pero de imaginarlo a verlo en vivo cuando se presentan estos casos, hay una enorme diferencia. Por eso digo que nuestro trabajo no es para gente normal. De inmediato, Jack intuyó que la víctima no había muerto en el lugar, es decir que la comisión del delito se realizó en otro sitio, lo que vuelve el caso un poco más complejo, porque difícilmente se encuentran en esas circunstancias indicios del arma homicida, ya que el cadáver fue dejado allí por el o los delincuentes para borrar evidencias. "Estos majes no saben que nosotros somos unos sabuesos" –dijo Jack-. Yo asentí con la cabeza.
El cuerpo estaba boca abajo. Un hueco profundo se podía observar a la altura del estómago, en la parte lateral derecha, donde hervía felizmente y a sus anchas una gusanera, en un ecosistema inverosímil de raciones de carne putrefacta con las cuales se alimentan estos bichos. Jack determinó que el hueco lo abrieron los zopilotes y no fue producto de una contusión. Le dimos vuelta al cadáver para seguir buscando indicios de las causas de la muerte. Lo primero que se busca son agujeros por impactos de bala, o heridas hechas con armas cortopunzantes, pero no las había. Jack pudo notar una marca en el cuello, señal inequívoca de un ahorcamiento. La línea era fina, definida por un hematoma alrededor, con marcas de uñas en forma paralela. "El cadáver es del sexo femenino y su edad oscila entre los 25 y 30 años" -dijo Jack-, yo apunté esos datos en mi libreta inmediatamente.
Angelina, que había conocido a Taylor a través de la web, fue invitada por este a una fiesta en la noche del viernes anterior. Ambos tenían ya al menos tres meses en una relación virtual donde habían compartido todos los pormenores de sus vidas, al menos en apariencias, pues cada uno tenía su pareja en la vida real y lo que hacían a través de sus dispositivos electrónicos era totalmente a escondidas, sin habérselo confesado nunca el uno al otro, por considerarlo sin importancia, pues ambos aparecían como solteros en sus respectivas cuentas de las redes sociales.
- "Me parece muy extraña esta marca en el cuello" –dijo Jack-, ¿Qué impresión te da?, me preguntó.
- "Es tan fina la marca como si la hubieran ahorcado con una cuerda de guitarra"- respondí, entre jugando y en serio.
- "Pero tuvo que haber sido con la cuerda que da la nota de sol, porque si no, cualquier otra cuerda se habría roto al instante de ejercer la presión" –explicó Jack-- "¿Ah síiii?, no me digas que el asesino ató cada extremo de la cuerda a un cabo de madera, como en las películas, para hacer mejor su trabajo" –repliqué yo, de manera jocosa, a punto de la carcajada-.
- ¡Vos sos bien inteligente!, eso había pensado yo. De otra manera se le hubiera resbalado el nailon por las manos, recordá que las manos a uno le sudan, de tal manera que no la habría ahorcado bien y se ve que este trabajo es muy limpio.
-Vos sí que tenés imaginación. Ahora explícame, en cuánto tiempo, según vos, se murió la víctima.
-Técnicamente son cinco minutos, aunque se sabe que la persona pierde el conocimiento a los tres minutos por la falta de oxígeno en el cerebro… Pero no me jodás, que pajadas las que preguntás vos, si eso lo vimos en primer año de la carrera…
-Ya sé, baboso, solo te estoy jodiendo, lo que pasa es que me impresionó la teoría sobre la cuerda de guitarra que se me ocurrió al puro aire. Hay mucha razón en sospechar eso porque la marca alrededor del cuello es muy fina, pero daría igual si la estrangulan con las cuerdas que entonan re o la.
-Imposible, esas cuerdas de guitarra, la cuarta y la quinta, a las que vos te referís, están hechas con multifilamentos, forrados con un finísimo hilo de metal. Se romperían en seguida-, dijo Jack.
Uyuyúi, cualquiera diría que sos un experto tocando la guitarra. ¿Cómo te dicen?, ¿Carlos Santana?
Taylor pasaría a las siete en punto por Angelina. Quedaron en verse frente al centro comercial. La idea era ir primero al cine y luego a bailar a cualquiera de las tantas discotecas de la zona rosa de la ciudad. Ella tenía muchas expectativas con esta cita, estaba segura de que, si todo salía bien, podría dejar de una buena vez a Edward, su novio actual, porque consideraba que ya no le era muy útil, sobre todo porque los festines, las noches de parranda y los regalos exóticos habían disminuido en intensidad y ella quería siempre más y más, en un instinto voraz por acapararlo todo y ser siempre el centro de atención en todas las circunstancias.
Yo fui el primero en notar que el cuerpo que estábamos examinando no tenía prendas íntimas. Luego de examinar toda la zona de la cabeza y el cuello, enfocamos nuestra atención en la zona dorsal. Los dos pechos estaban todavía intactos, con el color normal ante una situación pos mortem. La blusa negra, que parecía nueva, con bordados de lentejuelas, estaba desgarrada y rota. Toda esa zona estaba limpia, sin heridas, salvo el agujero que ya habían hecho las aves de rapiña en el costado derecho de la zona abdominal, donde hervía siempre aquella multitud de gusanos.
De manera sorpresiva Jack sacó el equipo para la recolección de muestras de fluidos, que incluyen los test presuntivos de indicios biológicos. "No me digás que vas a recolectar las muestras de fluidos aquí, delante de este montón de gente. Sos un gran adelantado. Vos sabés que estas cosas se hacen en la sala de autopsias", –le dije con tono enérgico-.
"Yo solo quería adelantar un poco el trabajo", -me respondió-.
-Vos sabés que a nosotros lo único que nos toca es levantar los datos en la escena del crimen y que el trabajo que hacemos aquí es superficial, como poner por presunción las causas de la muerte de la víctima. Ya medicina forense se encargará del resto, a nosotros no nos incumbe saber si esta mujer fue violada o no.
- ¿Y no se supone que nosotros también somos forenses?
Sí, pero nuestras responsabilidades laborales son otras, recordá que trabajamos para el departamento de investigación y criminalística de la comisaría y no le podemos estar haciendo el trabajo a los demás.
Metimos el cuerpo en la bolsa negra, hicimos nuestro reporte en las libretas y llamamos a la gente de medicina legal para que llegara por el cadáver. Llegaron a los pocos minutos, es más, ya estaban allí, solo que no los habíamos visto porque nosotros estábamos en una hondonada. Cuando los vi bajar, noté una enorme batería de reporteros que estaban filmando todo a la distancia y entrevistando a los curiosos que estaban en el lugar. De pronto llamó Patrick, el jefe, y me dijo que no dijéramos una sola palabra ante los medios de comunicación. Era de esperarse que me preguntara sobre la presunción en las causas de la muerte de la mujer, pero le respondí que mejor esperara los resultados concluyentes de las pruebas practicadas por medicina forense, me dio pena decirle que Jack y yo elucubramos la teoría inverosímil de que fue asfixiada con la tercera cuerda de una guitarra.
A media película, en la sala de cine, Angelina se recostó al hombro derecho de Taylor y este le echó el brazo, tratando de acariciar su regazo. Ella, tratando de tener más confianza le cogió la mano y lo acarició levemente, entrelazando sus dedos con los de él. Angelina notó cierta rigidez en la yema de los dedos de la mano izquierda de Taylor, como si estuvieran recubiertos de cayos. Ella pensó que su prometido a lo mejor hacía lagartijas o flexiones utilizando las yemas de los dedos sobre el piso en el gimnasio, como los sayayines, pero no. La idea se le evaporó en seguida al sentir la suavidad y tersura de los dedos de su mano derecha, como pétalos de rosa. Su curiosidad la llevó a lo impensable, al punto de preguntarle sutilmente sobre esa condición, para ella extraña, en la disímil textura de las puntas de sus dedos.
- "Es que soy guitarrista", explicó Taylor.